miércoles, 24 de febrero de 2010

Tortuga

Nunca debió acudir a una imaginaria casa de cambio
para trocar en aletas
las patas que llevó durante millones de años.

Ahora los hombres la codician,
desean su vientre tan fecundo,
su cuerpo de sabor a mar,
tan ágil bajo las olas,
tan torpe sobre la arena.

Roban su vientre accesorio
vaciándolo de hijos nonatos.
La tienden de cara al sol

arrancándole la piel lentamente
con una hoja sin filo
y nada les importa su vacío
ni el dolor de su carne,
ni lo mucho que ella implora
Mientras llora y se estremece
mientras se vuelve broche, peineta y mango de cuchillo.